Me senté en una esquina el otro día a que me embolaran (lustraran) las botas más desgastadas que tengo. Como el proceso se demoraba por lo maltrecho de los zapatos, le puse conversación al embolador preguntándole cuanto ganaba en un día.
“Me hago ciento veinte, ciento treinta (mil pesos)”, contestó.
En mi mejor época -con un cargo de jefatura media, en el nivel de manejo y confianza en la empresa privada- yo me hacía setenta mil diarios, hace tres años, y el salario para el cargo no se ha doblado aún, que yo sepa.
Me provoca aprender a embolar.
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