12 de diciembre de 2011

El discreto encanto de lo sencillo

Ayer hice por primera vez el recorrido en tren por la sabana de Bogotá. La máquina sale del centro de la ciudad y recorre un  buen trecho de esta, entre edificios residenciales, centros comerciales y congestionadas vías arteria. Cuando uno cree que por fin ha salido al campo, de pronto se da cuenta que lo que antes era solo naturaleza, ahora es más ladrillo que otra cosa, tanto, que en un determinado momento el espacio entre los rieles y las casas o muros de los condominios es de tres metros o menos. Sin embargo, el cemento queda atrás en algún momento y se abre espacio el verde.

Me conmovió profundamente ver como, mientras cruzábamos la urbe de un extremo a otro -tanto de ida como de vuelta-, la gente se animaba a decirle adiós al tren con una sonrisa en los labios. Ancianos en las ventanas, niños en la calle subidos a los hombros del padre, empleados de supermercado que dejaban de lado por unos segundos sus ocupaciones, celadores de lujosas edificaciones, los ocupantes de los autos que esperaban en el semáforo a que la máquina pasara, comensales de restaurantes que se levantaban de sus mesas para agitar la mano y grabar con sus celulares, habitantes de barrios deprimidos que se asomaban al sentir el silbato y uno que otro campesino en bicicleta que hacía el alto por un momento.

Las dos locomotoras y los catorce vagones repletos de gente respondían a las muestras de aprecio a su manera: la máquina pitando y sus ocupantes saluando por las ventanas. Y eso que yo creía que la capacidad de asombro de la gente que vive a mil revoluciones por segundo estaba agotada. Debo aceptar que las cosas sencillas aún conservan su encanto.

27 de junio de 2011

Ciudad de pobres corazones

Subí a Transmilenio –el sistema de transporte público de mi ciudad-, con mi hija en brazos. Las sillas de color azul del bus están destinadas a embarazadas, ancianos y personas con niños de brazo. 

Un señor con apariencia de enfermo mental o drogadicto, ocupaba una. Ante la urgencia de sentarme le pedí decentemente me la cediera. Me dijo que le daba pena pero no podía y mientras tanto me mostraba una serie de cicatrices en su cabeza, cara y brazos -lo que no implicaba incapacidad alguna para ocupar las sillas de preferencia-. 

Todo el mundo presenció la escena, pero nadie me cedió el asiento. Finalmente, una señora acompañada de tres niños pequeños, que ocupaba dos sillas me pidió que le pasara a mi hija para acomodarla con ellos. 

Creo que a nadie le ardió la cara de vergüenza. La ciudad nos vuelve violentos, indolentes, ciegos-sordo-mudos, insolidarios y permisivos.

4 de junio de 2011

La vida es una fiesta y es mejor morir bailando

Mi abuelo Toño decidió irse de este mundo un 31 de diciembre, como a las siete de la noche, mientras se sentó para descansar de la tremenda bailada en la que se encontraba, festejando el año nuevo por anticipado. 

Se quedó quietecito y los de la fiesta se dieron cuenta, un buen rato después, que no estaba durmiendo precisamente. Ese era el primer año nuevo que planeábamos celebrar en mi casa, donde no acostumbrábamos hacerlo. 

Mi madre se había comprado un vestido rojo y unas buenas botellas de champaña, para festejar una fecha que nunca le había interesado. Después de eso, más nunca se volvió a vestir de rojo y se acostaba a las siete de la noche del 31 de diciembre. 

El cambio de año nos sorprendió arreglando la casa para el velorio, y al día siguiente, primero de enero, después de dar el pésame, los visitantes se sorprendían deseando a los presentes feliz año nuevo en voz baja, por respeto a los dolientes.

31 de mayo de 2011

A Mariana le gusta un niño

Mi hija relatando su día escolar:

“Hoy me atreví a ser amiga de un niño. 
Se llama Andrés Calixto. 
Andrés es el nombre y Calixto el apellido”.
“Uuummhh, y ¿por qué te atreviste?”
“Porque me gusta”.


A los días:


“Cata también se atrevió a ser amiga de Andrés Calixto. Pero ella no le regala tarjetas como yo.”
(Lo último dicho con tono y sonrisa de suficiencia). 
Creo que iba ganando la partida.

5 de mayo de 2011

La realidad siempre supera la fantasía

Mi tía Zoila Victoria era hipocondríaca. 
Su frágil matrimonio duró poco más de dos años y terminó de disolverse cuando su hijo de dos semanas de nacido murió de alguna enfermedad tropical, difícil de controlar en zonas de provincia, por allá en la década del cincuenta. 
Creo que al poco tiempo empezó a tejer su mortaja. 
Demoró tanto tiempo haciéndolo y con tanto preciosismo que comparo su trabajo con el de Penélope, la esposa de Ulises. No se si lo hacía para retrasar la muerte, u ocupar el tiempo que no alcanzaba a llenar criando a cuanto niño de la familia se le ponía enfrente. 
Y después dicen que García Márquez inventó el realismo mágico del Caribe. 

23 de abril de 2011

El amor a la fuerza entra

Una conocida inició la relación con su actual esposo a través de Internet. 
Menos de dos años después –y habiéndose visto en persona tres veces- ella aceptó la propuesta de matrimonio de él, quien vivía en otro país, lo que suponía cambiarse a su lugar de residencia. 
Un amigo en común le preguntó a ella que pensaba hacer si la convivencia no funcionaba, estando lejos de su tierra y su familia. 
“Comer mierda”, contestó, “toda la que me toque, porque no pienso devolverme”. 
A menudo veo sus fotos en el cara e´libro y me pregunto si la felicidad que reflejan será fruto de una vida plena o de un buen entrenamiento para fingir.

19 de abril de 2011

I wanna be...

Me senté en una esquina el otro día a que me embolaran (lustraran) las botas más desgastadas que tengo. Como el proceso se demoraba por lo maltrecho de los zapatos, le puse conversación al embolador preguntándole cuanto ganaba en un día. 
“Me hago ciento veinte, ciento treinta (mil pesos)”, contestó. 
En mi mejor época -con un cargo de jefatura media, en el nivel de manejo y confianza en la empresa privada- yo me hacía setenta mil diarios, hace tres años, y el salario para el cargo no se ha doblado aún, que yo sepa. 
Me provoca aprender a embolar.

Elemental, mi querido Watson...

Cuando quedé embarazada de mi hija, 
mi pareja y yo vivíamos en ciudades diferentes 
y nos veíamos tres o cuatro veces al año, por períodos máximos de un mes. 
Un amigo de mi marido le preguntó 
cómo habíamos hecho para procrear un hijo en esas circunstancias. 
Él respondió: “Por Internet”.

Servicio Premium

El martes llevé tres chaquetas a una lavandería 
donde iba por primera vez. 
Al preguntar cuando podía recogerlas la dueña me dijo: 
“Aquí las prendas están listas de un día para otro, 
pero para estar seguras venga el sábado”. 
¿¿¿¿ ???
Al recogerlas, habían estropeado dos 
–las negras, las que más uso-. 
¿Sería por el afán?

¡Aquí estoy!

Si, aquí estoy. Después de mucho pensarlo y tener un archivo de borradores listo para ser publicados, pero sin decidirme a hacerlo.
Recientemente leí una entrevista a una bloggera que tiene tres de estos sitios -no se de donde saca tiempo para escribir tanto, a no ser que viva de ello, ¿no?-, y que recomendaba a los que no estaban bloggeando, que simplemente empezaran ya.
Entonces, decidí hacerle caso y dar el paso. Y como diría el docente que me entretiene cada cierto tiempo en un curso libre que tomo, aquí les dejo con mis balbuceos virtuales.
A ver como sale.