27 de junio de 2011

Ciudad de pobres corazones

Subí a Transmilenio –el sistema de transporte público de mi ciudad-, con mi hija en brazos. Las sillas de color azul del bus están destinadas a embarazadas, ancianos y personas con niños de brazo. 

Un señor con apariencia de enfermo mental o drogadicto, ocupaba una. Ante la urgencia de sentarme le pedí decentemente me la cediera. Me dijo que le daba pena pero no podía y mientras tanto me mostraba una serie de cicatrices en su cabeza, cara y brazos -lo que no implicaba incapacidad alguna para ocupar las sillas de preferencia-. 

Todo el mundo presenció la escena, pero nadie me cedió el asiento. Finalmente, una señora acompañada de tres niños pequeños, que ocupaba dos sillas me pidió que le pasara a mi hija para acomodarla con ellos. 

Creo que a nadie le ardió la cara de vergüenza. La ciudad nos vuelve violentos, indolentes, ciegos-sordo-mudos, insolidarios y permisivos.

4 de junio de 2011

La vida es una fiesta y es mejor morir bailando

Mi abuelo Toño decidió irse de este mundo un 31 de diciembre, como a las siete de la noche, mientras se sentó para descansar de la tremenda bailada en la que se encontraba, festejando el año nuevo por anticipado. 

Se quedó quietecito y los de la fiesta se dieron cuenta, un buen rato después, que no estaba durmiendo precisamente. Ese era el primer año nuevo que planeábamos celebrar en mi casa, donde no acostumbrábamos hacerlo. 

Mi madre se había comprado un vestido rojo y unas buenas botellas de champaña, para festejar una fecha que nunca le había interesado. Después de eso, más nunca se volvió a vestir de rojo y se acostaba a las siete de la noche del 31 de diciembre. 

El cambio de año nos sorprendió arreglando la casa para el velorio, y al día siguiente, primero de enero, después de dar el pésame, los visitantes se sorprendían deseando a los presentes feliz año nuevo en voz baja, por respeto a los dolientes.